Etnicidad

Runaco: alter - alteridades "el extranjero"

Sanpedrino Poncho Colorado

A los pobladores de San Pedro de Atacama, se les decía a modo de burla “Poncho Colorado” debido a que sus vestimentas y particularmente el poncho se teñían con el color de la greda de las murallas de sus casas. El poncho sin duda es un símbolo del campesino chileno y criollo, esto marcará la diferencia respecto de la vestimenta con sus vecinos. Así mismo, dentro de la población de San Pedro existen distintas nominaciones para designarse entre ellos, estas son muy antiguas y casi en desuso y nos muestran una particular forma de nominar a las poblaciones vecinas a San Pedro de Atacama. Por ejemplo: “Toconao”, “toconares”, “bolsa sucia”, hacen referencia a la antigua actividad de recolección de “breas” fruta silvestre comercializada en los mercados locales que teñía su vestimenta de color oscuro. (Margarita Chocobar, concejal municipal 2009). “Solor”, “soleño”, “lomo negro”, hacen referencia a dos situaciones: la utilización de la espalda como medio de transporte y el color de la piel oscura. “Sequitor”, “sequiteño”, “panza áspera”, hacen referencia a las exposición del estomago a la tierra y el sol. “Katarpe”, “katarpeño”, “cola pelá’”, este último se refiere a los roedores sin pelos en la cola, que circulan por las siembras, destruyendo y robando comida (Rubén Reyes, consejero nacional atacameño 2009).

Los relatos a continuación, nos muestran las diferencias culturales comprometidas en las nominaciones, tienen un fin académico y nos permiten dar cuenta de fricciones y fisuras sociales e históricas entre los diversos grupos que conviven en toda la zona de Atacama. Sólo se identificará a las fuentes de manera discreta.

“...los de San Pedro de Atacama somos diferentes a los pueblos de interior, ellos son flojos y borrachos, además los niños de arriba son más lentos, yo le he hecho clases, le he enseñado a padres e hijos, en cambio los niños de San Pedro y sus ayllus son más rápidos” (Profesora atacameña 2008).

Este relato podría ser parte de un sin número de narraciones posteriores a la Guerra del Pacífico a fines del siglo XIX, cargado de juicios de valor respecto de los pobladores del interior de San Pedro de Atacama. Pero no es así. Es un relato recopilado el año 2008; es más, pertenece a una profesora que educa tanto a los niños de San Pedro de Atacama como a los niños del interior que llegan a su escuela. Sus expresiones sólo reafirman, la convicción férrea de una imagen de modernidad y desarrollo de la bondad del trabajo, la rapidez de estos tiempos de internet y globalización.

El verdadero enfrentamiento cultural es evidente, cuando se menciona que los profesores de la escuela deben enseñar a los niños del interior;

“...lo que es un dormitorio, una cama, un velador, ellos no usan esas cosas, duermen todos juntos en una pieza, la verdad es que cuesta mucho enseñarles los valores, generación tras generación se comportan de la misma manera” (Profesora atacameña 2008).

Lo señalado no hace más que reafirmar las diferencias sociales e incluso culturales que se mantienen pese al desarrollo socioeconómico que ha experimentado la zona.

La misma informante nos señala que:
“Las diferencias son sustanciales entre collas y atacameños, nosotros debíamos tener pocos hijos y casarnos, hay diferencias culturales muy fuertes. Las mujeres collas tienen muchos hijos con distintos padres, pero no les importa. Si yo hubiese tenido un hijo soltera me echan de la casa, son pobres y a ellos les da lo mismo. Ellos tienen otros valores, las jóvenes no usan anticonceptivos, se les enseña, pero su cultura es más fuerte, se casan entre ellos, nunca se casan con gente de afuera de sus pueblos, incluso se ha conocido de nacimiento de bebés producto de la relación de abuelo con nieta” (Profesora atacameña 2008).

Todas estas diferencias necesariamente aglutinarán juicios temerarios respecto de un Otro, son jucios cruzados respecto de comportamientos adecuados y las verdaderas amenazas para la convivencia entre los grupos de Atacama.

La escritora e historiadora atacameña Eva Siárez, menciona que, a partir de sus recopilaciones, se aprecian fuertes diferencias sociales y económicas entre los pobladores de Atacama;

“...acá en San Pedro somos propietarios y agricultores desde hace mucho tiempo, desde cuando traían animales desde Argentina, a mediados del siglo XIX, los productores agrícolas de San Pedro de Atacama producían básicamente alfalfa y maíz”.

La historiadora atacameña nos remonta al siglo XIX, y agrega;

“Las remesas de ganado la coordinaba la familia Abaroa de origen Español, que llegó a la zona a principios del siglo XIX, él le compraba a todos el pasto, imagínese, noventa vacunos machos alimentándose por dos o tres días. Finalmente Abarao, muere defendiendo su terreno en manos de la milicias chilenas en la Guerra del Pacífico, pero él no se consideraba ni boliviano ni chileno, pero sí se decía atacameño”

El relato reafirma datos de fuentes históricas de fines del XIX. Los propietarios atacameños de San Pedro de Atacama, con toda probabilidad desde la llegada de Abaroa en 1809 en adelante, van a consolidar un sistema de producción forrajera destinada a la alimentación de los animales traslados desde Argentina a las costas del Pacífico. Al mismo tiempo el encadenamiento productivo va a generar una fuerte división social del trabajo, que se materializó en segmentos sociales que en algún momento adquieren connotaciones de verdaderas clases sociales al interior de la sociedad atacameña.

Por otro lado, la escritora e historiadora atacameña, nos menciona ciertas características del arrierismo:

“Los arrieros eran gauchos argentinos, blancos con bigote, machos, conocedores del clima y de buena salud y fuertes. Ellos llegaban hasta San Pedro con los animales, luego contrataban a los collas de la cordillera, para que los llevaran hacia Calama, ellos conocían el camino, el clima y estaban acostumbrados a esas caminatas. Cosa que jamás hubiese hecho un atacameño, estos eran agricultores y gente de campo, de caballo” (Eva Siarez, Escritora e historiadora atacameña 2009).

Las poblaciones de la Puna participan del arrierismo como conocedores de rutas y adiestrados para los largos recorridos por el desierto. Aquí queda en claro las cualidades de los pobladores cordilleranos en las faenas de traslados de animales y la necesidad de contratarlo para algunas faenas.

“Los atacameños con el dinero que recibían de la producción agrícola, compraban ropa, caballos, alimentos y carretas. Encargaban a Cobija muebles, instrumentos musicales (piano y violín), veladores, mesas y peinadores de mármol, todos traídos de Europa; unas inmensas carretas con grandes ruedas. Incluso yo aún conservo tazas de té de loza inglesa de fines del siglo XIX. Es posible que en las oficinas salitreras llegaran estas cosas y por esos aquí las compraban” (Eva Siarez, Escritora e historiadora atacameña 2009).

Las utilidades y ganancias de la producción agrícola se expresa no sólo en mobiliario doméstico, sino también en la compra de propiedades en la ciudad de Calama, según nos dice Eva Siárez, hasta hoy las familias Hoyos y otras continúan siendo dueños de las propiedades más importantes de Calama.

Sin duda que por las descripciones entregadas hasta aquí, los atacameños de San Pedro de Atacama son un tipo de campesino propietario con capacidad de acumulación de riqueza. Ello se materializó en la adopción de patrones de comportamiento y adquisición de mobiliario europeo.

“Los atacameños de principio de siglo XX, son mestizo y españoles con comportamientos criollos, dueños de tierras, en sus casas se toca el piano y el violín y las señoras andan de polleras largas, españolados” (Eva Siarez, Escritora e historiadora atacameña 2009).

La caída de este estilo de vida se debió básicamente a la instalación del ferrocarril (1899), que restringió los viajes por el desierto. Y por otro lado, al cierre de las oficinas salitreras (1930). Después de eso

“...desde 1930 en adelante, los pastores cordilleranos prácticamente no venían a San Pedro y cuando lo hacían traían tejido, carne de llamo, lazos; sólo existía trueque económico, no hay intercambio social. Todo esto ocurre hasta la década del sesenta y setenta, cuando el cura Gustavo Le Paige los trae argumentando que estaban solos y había que educarlos” (Eva Siarez, escritora e historiadora atacameña 2009).

Los propietarios atacameños de San Pedro, poco a poco ven una amenaza en la llegada de las poblaciones del interior. A su modo de ver, estos invaden los alrededores del casco antiguo y colonial de San Pedro, sus calles y mercados.

Haciendo referencia a Machuca, un poblado de la puna cercana a San Pedro de Atacama, se dice:

“Los machuqueños se tomaban los terrenos en San Pedro y eso era un problema, por eso a la gente no le gustaba ver por acá, les llamaban collas, en esos tiempos los maltrataban, los trataban muy mal. Ellos siempre pobres, poco limpios, niños sucios, sin peinarse ni lavarse. Mi tío Francisco Montajo, me decía —la gente de pueblo odia a la gente de arriba— para qué educan a los collas si ellos no entienden” (Eva Siarez, Escritora atacameña 2009).

Agrega que la sociedad atacameña era muy estricta:

“Mi papá jamás hubiese aceptado que me hubiese casado con un Colque o un Lique, decía: -hay que mejorar en vez de empeorar, no más bajo, no más vago- la gente de antes, atacameños, era racista y descalificaba a las poblaciones del interior” (Eva Siarez, Escritora e historiadora atacameña 2009).

Administración del arbitrio cultural

Los relatos etnográficos aquí expuestos nos permiten deducir que la sociedad atacameña es heterogénea, con diversos grupos sociales en su interior. Los nuevos escenarios multiculturalistas buscarán, homogeneizar y estandarizar un conjunto de fenómenos organizacionales de grupos históricamente denominados como indios o indígenas.

Toda la población de Atacama será denominada atacameña, pero al mismo tiempo, los vecinos de la Puna y de El Loa, seguirán siendo calificados como collas y quechuas/bolivianos respectivamente, por los atacameños de San Pedro de Atacama. Por otro lado, la aceptación del nominativo atacameño por parte de las poblaciones de la Puna como de El Loa, se constituye en una estrategia para mejorar sus condiciones de integración a una estructura social-nacional racista. La elite atacameña dictará los patrones de comportamientos adecuados de los incorrectos, las prácticas culturales aceptables serán consideradas como educadas y como parte de los escenarios multiculturales, las otras serán ocultadas y mantenidas en la intimidad de los rituales.

Esta hegemonía política del grupo atacameño de San Pedro de Atacama sobre sus vecinos a quienes denomina collas, quechuas, bolivianos o simplemente runacos . Se evidencia en lo que hemos llamado fisuras y fricciones interétnicas , es decir, divisiones sociales perdurables que tienen un papel importante en la estructuración de los espacios sociales locales, en la medida que dan origen a sujetos sociales y a una acción social concomitante con ellos. En torno a tales fisuras se producen alineamientos de sujetos, definiciones de propósito y especificaciones de identidad e identificación. En los escenarios etnopolíticos atacameños se expresan las fricciones territoriales, lingüísticas y religiosas entre las poblaciones indígenas de El Loa y las de San Pedro de Atacama. De la misma manera, pero menos problemáticas, son las fricciones entre los vecinos de la Puna, los que tienen una subordinación mayor a la etnoburocracia atacameña.

Así, la etnopolítica atacameña es un conjunto de relaciones sustentadas en las diferencias culturales entre los grupos coexistentes en Atacama, la denominación de atacameño consolida un estatus político y social. Por otro lado, esta misma etnopolítica atacameña, también será una ideología de la sujeción y asimilación de la diferencia en los procesos legales de reconocimiento multiculturalista.

Las políticas de reconocimiento de la diferencia étnica en Chile, han tenido avances sustanciales en la implementación de una institucionalidad para establecer una determinada relación entre el Estado y las comunidades atacameñas, no obstante, no se ha logrado romper con las históricas relaciones clientelares y paternalista, lo que demuestra la inexistencia de políticas multiculturales en Atacama. La etnopolítica atacameña se ha expresado en la conformación de una burocracia indígena atacameña, compuestas por líderes comunitarios y sociales, dirigentes políticos y tecnócratas o verdaderos operadores o cultural bróker que junto a científicos sociales racionalizan, administran y conducen la alteridad en Atacama, desde los procesos electorales vecinales hasta las reivindicaciones culturales globales.

Finalmente, podemos concluir y verificar la existencia de un régimen interétnico en Atacama, donde emerger sujetos y escenarios que configuran una estructura social o un campo étnico, de la diferenciación, entre los distintos grupos en una misma área territorial. La hegemonía atacameña ha permitido materializar un movimiento social que poco a poco adquiere una conciencia de grupo que necesariamente lleva al movimiento social indígena atacameño a consolidar una unidad, no cultural, pero sí etnopolítica.

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